RELATO BREVE.

El sol emite luz (un dato factual), irradia calor (un dato factual), emite luz que nutre plantas y hace brotar las flores en primavera (otro dato factual), calienta el hormigón y los ladrillos fuera de casa (otro dato factual más), daña los tejidos suaves con sus rayos y penetra las células, gestando el cáncer dentro del ser humano, como en aquella muchacha sin pelo que vi al visitar el hospital. Esperando a un familiar que nunca llegará (¿es eso un dato factual?)

La vi de reojo al entrar en una habitación junto a mi grupo. Escondida, tapada con las sábanas como si fuese un sudario premonitorio, estaba ella. El doctor a cargo nos explicó como usar unas jeringas, como funcionaba una máquina que debió costarle miles al hospital, nadie le prestó atención, todos los ojos estaban en ella. Algunos sentían lastima y pena, prefiriendo avertir la mirada solo para volver a encontrarla, otros inventaban chistes de mal gusto y unos terceros soltaban suspiros de disgusto y espanto —como el de espanto al verla por primera vez.

No voy a decir que fui solo yo, porque no me creo tan especial. Pero la imagen de su rostro pálido, los ojos cansados y los dedos raquíticos no me dejan en paz un solo momento desde el viaje didáctico. Yo, que me pensé acostumbrado a ver el dolor, no puedo parar de verla como un fantasma en vida. Reconozco que estaba viva, tenía los mismos signos vitales que cualquiera de nosotros (incluso otro dato factual), pero los cables enchufados, las tuberías, las bolsas de plástico, la hacían ver inhumana. Como una máquina más de la habitación.

No creo que esté esperando un esposo que se negó a cumplir el “en la salud y la enfermedad”, como cuchichean mis compañeras de atrás. Tampoco que espere unos hijos adultos demasiado ocupados en sus asuntos y viviendo en el extranjero, sin gastar dinero en el pasaje para cuidarla aunque sea una noche (lo admito, eso lo dijeron en el salón de al lado), o nietos que, pequeños y hablando otro idioma, no entienden que le sucede a la abuela y tengan la extraña tentación de acariciar su cabeza desnuda por la quimioterapia.

Reconozco que no puedo saber la verdad sin siquiera haberle dirigido la palabra. Pero sigo creyendo lo que las películas me dictan, los llamados “chismes de abuelas”, las anécdotas de mayores en el ómnibus o en un kiosko a la esquina de casa: «A Juana la están tratando por...», «Ay, qué horrible! mí vecino murió por eso y me han empezado a salir manchas raras en la piel, ¿vos pensas que podría ser...?». Si, solo eso repiten día y noche. Creyendo saber.

El sol emite luz (un dato factual), irradia calor (un dato factual), calienta el hormigón y los ladrillos fuera de casa (otro dato factual), emite luz que nutre plantas y hace brotar las flores en primavera (otro dato factual más). La primavera es mi estación favorita aunque mi hermana prefiere el invierno (dato factual). Amo las rosas con su esplendor real, el olor a pinos y eucaliptos cuando asomo la cabeza fuera del auto, el sabor de frutillas y arándanos en la punta de la lengua. Amo la sombra del guaviyú y el anacahuita, resguardándome del sol con su brisa suave. Todo eso lo conozco. Pero, ¿qué hay de ella?

Ayer regresé al hospital, recorriendolo como si fuese parte del staff. Pensé verla en una de las habitaciones pero encontré la cama vacía. El fantasma suelto. Me preocupé, creí que capaz había muerto súbitamente, como en una película dramática. Cuando le pregunté al adolescente despreocupado de servicio al cliente solo me respondió “a la mujer del A-4 le dieron de baja” y siguió scrolleando por instagram. ¿Dado de baja? ¿Estaba en remisión o le querían brindar paz en sus últimos días? ¿Cómo saberlo, yo, en esta ciudad de 100 mil habitantes? Nunca encontraría la verdad, nunca la encontraría a ella. Pero estoy segura que amo la frutilla, la sombra del guaviyú. Espero que ella también.